E
l otro día tuve que dar una charla en un Colegio Mayor. Preparándola, llamé a nuestro departamento de asesoría para que me confirmara lo que todos sabemos: el ámbito con mayor número de reclamaciones. Sin duda, lo habréis adivinado: el telefónico. Hoy he compartido con mi hijo el abuso por un problema que no era suyo. Y con el abuso, la impotencia.
Nada de extraño que un hijo acabe independizándose y empiece su vida fuera del "nido" paterno-materno. Y que esa independización implique enfrentarse a todo una parafernalia de contratos, entre ellos el telefónico. Mi hijo, tras dudarlo (no mucho porque en su zona no había alternativas), optó por Internet y telefonía fija con Telefónica. Ayer, sin mediar nada raro, le cortaron el servicio. Cuando llamó para interesarse por las razones del corte de un servicio que venía pagando religiosamente, la respuesta le dejó tan estupefacto como a mí al saberlo: le habían asignado un número de teléfono de un ex-cliente que tenía una deuda pendiente de ¡9 euros! Y, así, sin encomendarlo ni a Dios ni al diablo, cortaron el servicio del número deudor, ahora otorgado a un cliente pagador. Y si el corte del servicio fue instantáneo, la restitución debe ser fruto de la resolución de una "incidencia" abierta en un call center en no se sabe dónde, 24 o 36 horas después. ¿Tan difícil habría sido comprobar el dato del verdadero deudor y darse cuenta de que el número estaba ya en otras manos? El problema ya no está sólo, que también, en el hecho de que un fiel pagador queda dos días sin servicio de Internet y teléfono sino en la absoluta impunidad de quien tiene en sus manos esta capacidad de producir daño y lo ejercita sin rubor. Por supuesto, en Telefónica no saben conjugar verbos tan simples como pedir disculpas o resarcir de un daño.
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